domingo, 16 de enero de 2011

12 dólares para 2 policías corruptos

Agente Corrupto y Agente Intimidador, a los que llamaremos simplemente C. e I., fueron los desgraciados protagonistas de mi fin de noche del viernes.
Un vivo ejemplo de corrupción policial y abuso de autoridad con el fin de sacarte, en este caso, un puñado de dólares.
Era de noche y regresábamos en coche para casa cuando un policía (C.) nos hizo luces para que nos parásemos. El conductor había tomado un trago, por lo que se respiraba cierta tensión en el ambiente porque Ecuador, aunque sin apenas controles de alcoholemia, tiene una normativa muy estricta al respeto.
C. nos indicó que no llevábamos las luces puestas y le preguntó al conductor si había bebido. Éste le pidió vehemente perdón, intercalando muchos ‘señor lo siento’ (que aquí se estilan) y encendió las luces correctamente.
En este momento I. entró en escena y obligó al conductor a echarle el aliento a la cara para que pudiera determinar el grado de alcoholemia en el que se encontraba. Tras este rutinario (y fiabilisísimo) control de índice de alcohol por volumen de aire respirado, empezaron los problemas:
Al conductor le pidieron la cédula de identidad (de la que no disponía por estar haciendo unos trámites en la universidad) así como el carnet de conducir, momento en el que enseñó su permiso español, que tiene una vigencia de tres meses para conducir libremente por Ecuador, según un convenio establecido.
El carnet español no convenció a C., que negó este tipo de vínculo entre países y soltó una historia sin sentido sobre los problemas que tuvo su hermano por conducir en España. Mientras, I.  dibujaba círculos alrededor del vehículo, fotografiando la matrícula (que afirmó que no era válida) y revisándolo todo detenidamente. Intimidando y haciendo honor a su apodo.
Nada convenció a C. y a I. Había muchos motivos, decían, por llevar al conductor preso y ante el juez, pues estaba cometiendo demasiadas irregularidades (aunque ninguna probada, claro está).
Tras la exposición de argumentos inicial – en la que el conductor citó a la cónsul en Barcelona, a los convenios vigentes entre países y a la no necesidad de una detención en toda regla – la negativa de Ce I. era más que evidente.
Sólo quedaba un peliculero: ¿Y qué les podemos ofrecer a cambio?
Como buen gendarme, C. pidió “la voluntad”, porque el caso era grave, pero tenía una solución económica.
Nos rascamos los bolsillos  y agarramos en un momento los dólares que nos quedaban tras una cena y una copa. Sumamos 12, ni uno más.
“Tome señor, tenemos 12 y nada más, pero se lo doy a escondidas para que nadie nos vea. Muchas gracias señor, se lo agradezco”, dijo el conductor.
“No hay de qué, otra vez, tenga la luces encendidas  y que no vuelva a suceder”, dijo C., en un arranque de bondad policial y botín en mano.
Nos fuimos por patas y por ruedas, los tres con el corazón en un puño y yo especialmente alucinado por la situación.
“Me duele que hayas tenido que ver esto recién llegado al país” – dijo el conductor.
“Con policías así, es normal que nadie confíe en la autoridad. Se les veía a leguas que buscaban plata” -  dijo la pasajera.
“Qué triste”, coincidimos todos.
En España te pueden caer mal los picoletos, y los Mossos en Cataluña son sinónimo de ‘mano dura’, pero ni me pasó ni escuché ninguna historia de este tipo.
Aún así, desde chicos sabemos que de C’s e I’s hay en todos lados, y que son muy difíciles de erradicar.  C’s e I’s disfrazados de agentes del orden, de empresarios o de políticos, que hacen que el mundo que ellos pretenden gobernar sea un poquitín menos creíble.

2 comentarios:

  1. Lamentablemente, lo que viviste es una realidad en la mayoría de los países latinoamericanos. A pesar de las purgas, el Estado es rehen del crimen organizado de la corrupción policial. La coima que viviste es una triste situación cotidiana.

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  2. Por eso en Ecuador nadie confía en los chapas (forma en la que popularmente se conoce a los policías), pues igual aceptan un soborno o coima de alguien que puede hacer una ligera imprudencia conduciendo, como no llevar las luces encendidas, como de un delincuente que de este modo se evita ir a la cárcel.

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