En plena Amazonía ecuatoriana y rodeados de un mar de verde solo accesible en avioneta o a pie, los waodani, un pueblo indígena antaño conocido por su ferocidad y por matar a cinco misioneros en 1956, afronta su penúltimo desafío: la construcción de una carretera.
Su dilema es común a pueblos indígenas de todo el mundo, que como ellos se debaten entre disfrutar de los beneficios de la modernidad, pero a riesgo de perder su cultura ancestral y su identidad.
En Toñampari, una de las aldeas de los waodani, sus habitantes desean una vía que acabe con el aislamiento en el que viven desde hace siglos, al tiempo que temen la inserción de industrias madereras y petroleras, y la destrucción del bosque.
"La carretera sería la solución a muchos problemas, aunque también vendrán otros problemas que hay que aprender a dominar. Queremos que sea para uso social y económico de la gente, para mejorar sus construcciones, pero no para las grandes empresas", afirmó el presidente de Toñampari, Luis Alvarado, de 31 años.
La carretera está en boca de toda la aldea, que como tantas otras en la Amazonía ecuatoriana, vive un día a día relajado y monótono, el cual transcurre entre el cultivo de plátano verde y yuca, la pesca, la escuela para los más pequeños y la llegada de avionetas un par de veces al día, que con suerte traen de la ciudad algún regalito, como un refresco.
Esa tranquilidad esconde, sin embargo, graves deficiencias como la falta de medicinas y de control médico, que sitúa la esperanza de vida en tan solo unos 50 años.
"Nos estaba donando medicinas la empresa petrolera, pero de ahí nos cortaron y ahora no tenemos nada. El Ministerio de Salud entró a hacer unas visitas pero no nos dejó nada en el subcentro", denunció Yeti Quengohuanto, procurador médico del área, quien ansia una vía "para traer medicinas con carros".
La empresa a la que se refiere es la hispano-argentina Repsol-YPF, que cuenta con operaciones en la Amazonía y da algunos servicios en la zona.
En Toñampari las pequeñas molestias se solucionan con remedios naturales como la uña de gato, una liana cuya corteza y espinas tiene usos antiinflamatorios y antivirales. En los casos más graves se emplean, de haberlas, medicinas occidentales, o se llama a una avioneta de socorro para trasladar a los enfermos a los hospitales, aunque sólo cuando lo permite el clima amazónico, pues la frecuente lluvia torrencial impide el vuelo a los pequeños aparatos.
Sylvana, de 18 años, y Claudia, de 23, estudiantes de bachiller y madres, advirtieron de la necesidad de una vía para "poder negociar y comerciar con los extranjeros" y anhelaron, como muchos otros jóvenes, irse a vivir a las ciudades.
Esta realidad preocupa a la profesora Rosa Alvarado, quien enseña a los más pequeños las tradiciones y la lengua de los waodani, llamada waotededo. "Algunos jóvenes o señoritas, cuando se van a la ciudad olvidan su propio idioma o alimentación, para que no olviden nosotros siempre tenemos que aconsejarles para que mantengan su identidad y cultura", señaló.
"Quiero tener carretera pero sin perder el idioma, quiero hablar mi lengua", sentenció en su lengua materna la octogenaria Dayuma, una de las líderes más viejas de la aldea.
Los waodani cuentan con unas 3.200 personas esparcidas en varias comunidades. El descubrimiento del ‘oro negro’ en la región hace unos 60 años provocó que muchos huyeran a otras zonas, empezaran a trabajar para las petroleras o fueran trasladados de sus tierras ancestrales a otros territorios sin interés para las compañías, como la aldea de Toñampari.
"Los waodani fueron aculturizados desde los años 50-60 con el propósito de entrar en sus territorios. Se les ha convertido en unos pordioseros con garrote, se les pide que se inserten a un modo de vida occidental sin las herramientas adecuadas", dijo David Romo, profesor de la Universidad San Francisco de Quito y experto en la Amazonía ecuatoriana.
El éxodo fue también fruto de la llegada de empresas petroleras como Texaco, que operó en la Amazonía desde 1964 hasta 1990 y que se enfrenta a un caso multimillonario por presuntos daños ambientales. "En el río donde vivimos hubo mucha gente que enfermó, cánceres, tumores, las pieles se hacían daño, morían por la contaminación de los 'texacos', murieron colonos, mestizos e indígenas", explicó Samuel Omaca, waodani oriundo del Parque Yasuní, uno de los lugares más biodiversos del mundo y tierra ancestral de su comunidad.
Los waodani sufren hoy el eterno dilema que padecen otros tantos pueblos indígenas: el choque entre lo viejo y lo nuevo.
Habitan en casas de madera con techos de zinc, que nada tienen que ver con sus viviendas tradicionales, hechas solo de hojas de palma. Con el tiempo, el influjo católico y evangelista les puso ropa encima, y hoy visten pantalones, sandalias o botas y camisetas de Repsol.
Viven además un esquizofrénico sincretismo religioso y cultural. Si bien la poligamia se erradicó, muchos matrimonios son concertados y aunque mantienen prácticamente su lengua intacta, las pocas televisiones que hay en la comunidad, que funcionan gracias a generadores de gasóleo, llenan a los jóvenes de referentes y de una lengua ajena a su realidad inmediata.
Durante las celebraciones rescatan sus canciones, odas a la seducción o cánticos a su animal más venerado, el puma, así como el atuendo típico, que en el caso de los hombres consiste en pinturas en el cuerpo y un cordel con el que atarse el pene a la cintura.
A pesar de que algunos rehúsan la religión impuesta, la iglesia evangélica del pueblo se llena los domingos.
Samuel Omaca, que vive en una zona accesible por carretera, cree que la amenaza no es la vía, sino las petroleras, y apuntó al turismo como única solución viable. "Nosotros solamente queremos turismo para que no dañen más, no impacten nada, solamente viene a visitar y se van", puntualizó Omaca, un fiero defensor de la cultura ancestral que, paradójicamente, se planteó de adolescente ser misionero evangelista.
Mientras esperan que el Gobierno les lleve la vía al poblado y se preparan para enfrentar los nuevos desafíos que se originarán, los waodani de Toñampari continúan con su tranquila, pero difícil, vida selvática.
Gayaque Enqueri, quien se prepara para ser profesor de Educación Intercultural Bilingüe, definió de esta forma la actual vida en la aldea: "Aquí estar dentro de la casa, en la comunidad, es lo más mejor. Aquí somos libres, terminamos nuestras tutorías, nos paseamos sin gastar nada y nos vamos a pegar la chichita", en referencia a la bebida de yuca con agua consumida en la comunidad.
Los días transcurren con jóvenes acicalándose al ritmo del último reguetón de moda y soñando con arrasar en alguna discoteca, mientras que las noches son, como siempre fueron, una galaxia de luciérnagas y un concierto de grillos. EFE
Gran historia y mejores fotos Martí, así me gusta, que no te quedes en frivolidades de famosos como otros jaja. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias Javi! No cachaba lo de "frivolidades de famosos", ahora entendí que hablabas de tu estrecha relacón con el dúo Casillas-Carbonero. Jajajaja
ResponderEliminarPero yo hace 3 días cubrí el concierto de Marc Anthony, un día antes que anunciara su separación!! Soy hombre de farándula también, jajajaja
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ResponderEliminarBonita galeria de fotos. Se detalla la riqueza cultural.
ResponderEliminarMe agrado en especial la 3° foto. ♥ Bonitas las muchachas ♥